¿Quieres que te cuente un cuento recuento?
La traviesa elefantita Marieta, era muy pizpireta;
siempre hablaba y hablaba…
como papá decía: ¡ni debajo del agua callaba!
pero a todos su desenvoltura encandilaba,
pues con su gracia innata los contagiaba;
ella de todo se quería enterar y en todas partes tenía que estar…
de manera precoz para su edad se comportaba,
por eso, ser mayor de lo que era, representaba…
como una elefantita respetable y distinguida actuaba,
¡y hasta un bolso de asa corta, como mamá, ya llevaba!;
esto hacía que en casa, mucha confianza en ella tuvieran,
pero también, aunque en el fondo se las rieran,
que de sus muchas travesuras temieran,
ya que, como muy mayor ya se creía, a veces “la pata metía”…
La pequeña María, recibir órdenes no permitía,
airada, contrariada y muy nerviosa, esto la ponía,
porque ella, perfectamente, siempre sabía lo que hacía…
En casa de sus vecinos León y Zelda,
mucho tiempo pasaba, estar con ellos le encantaba…
con miles de zapatos la dejaban jugar, con los que solía fantasear,
algunos, con su bolsito de asa corta combinaba;
León, muchos países lejanos, por su trabajo visitaba
y con novedosos regalos que de allí traía, la obsequiaba.
Los domingos, si sus papás no estaban, a pasear la llevaba
y cada semana, ¡unas gafas de sol nuevas le compraba!
La vida al lado de León y Zelda era maravillosa,
como ella solía pensar, ¡de color de rosa!…
Un día, su papá a casa de los vecinos la vino a buscar,
ya era tarde y tenía que cenar e irse a acostar;
ella, en volver a casa tardó y cuando a su puerta llamó,
su papá una broma le gastó:
le dijo que en casa de León se podía quedar y no regresar,
pues mucho había tardado y él estaba muy enfadado;
María, ni corta ni perezosa, media vuelta se dió
y en casa de sus queridos vecinos se instaló…
sin embargo, al cabo de un momento a su casa de nuevo volvió,
y su padre, sonriendo sarcásticamente, la puerta le abrió:
pensaba que arrepentida estaba, pero una sorpresa le esperaba…
resuelta y decidida, como era la vivaracha María,
sólo a la casa de sus padres había regresado,
¡porque su pijama y su cepillo de dientes había olvidado!
su padre entonces, de una oreja la cogió y en casa la metió…
María nunca tenía hambre, no le gustaba comer,
por eso inyecciones le tenían que poner;
pero como ella a nadie caso hacía
y mucho menos al médico que a ponérselas a casa venia,
al ver la aguja, empezó a correr desconcertada,
un sitio donde esconderse buscaba…
hasta la cocina llegó, pero ningún refugio halló,
miró a un lado, miró a otro… desesperada estaba :
pincharse le tocaba si un escondite no encontraba…
un hueco entre la nevera y la pared parecía que la esperaba…
así es que, sin pensárselo dos veces, en éste se metió
y aunque un poco al principio le costó, por fin lo consiguió!.
El médico, que era un poco lento, la había seguido,
y en la cocina vió que se había metido.
Cuando sus padres también llegaron,
de una pieza los tres elefantes se quedaron:
María allí no estaba, aunque el médico así lo aseguraba…
ella triunfante sonreía, nadie la veía;
pero al moverse, su vestidito, en los hierros del motor se enganchó:
y un leve gritito emitió, que su escondite descubrió…
todos hacia la nevera miraron y allí encajada a María hallaron…
el doctor le decía que si salía no le pincharía,
pero la avispada e incrédula Maria, más hacia adentro se metía…
ella que cantaba victoria… ya no tenía escapatoria,
pues el refugio que pensaba ideal, había resultado fatal,
se dió cuenta de que estaba aprisionada y empezó a llorar aterrada…
le decían que no se moviera, para que un cortocircuito no produjera..
Papá a unos amigos corrió a llamar para que lo vinieran a ayudar:
de allí a su pequeña enseguida tenían que sacar…
ya os podéis la escena imaginar:
María llorando,
mamá gritando,
papá la maniobra guiando,
y el resto, sudando y la nevera empujando…
Cuando entre todos la sacaron, ese día no le regañaron,
pero con ella tanto se disgustaron, y tan mal lo pasaron,
que a pincharse la obligaron…
y eso que el doctor le había dicho que la inyección no le pondría,
si de su estrecho, perfecto y peligroso escondite salía…
Así crecía la pequeña María, espontánea, resuelta y abierta,
a protagonizar historias divertidas, siempre dispuesta,
pero en las que a veces, sin ella pretenderlo, se veía envuelta…
No obstante, un día, un gran susto se llevó,
cuando a un mayor desobedeció…
Esa inolvidable tarde, papá y mamá, al cole no la podían ir a buscar
y a su tío Mansur, que vivía más al sur, lo acababan de operar,
así es que haciendo reposo en cama se debía recuperar…
Para no dejarla sola, Mansur a su hijo le hizo prometer que él la recogería y con su vida a la pequeña María protegería…
éste de mala gana accedió y a recoger a su prima se dirigió;
ya sabía lo traviesa y tremenda que era,
pero caso debía hacerle en lo que él le dijera;
sin embargo, como no había cosa que a María más molestase,
que como una pequeña elefantita se la tratase,
una vez más desobedeció y verdaderamente mal lo pasó …
De camino a casa, por el parque los dos primos pasaron,
pero para que ella un rato se columpiase, no pararon;
Con Mansur esta costumbre tenía,
pero a su primo esta excusa no le servía,
órdenes muy claras había recibido
y a casa debía llevarla, en el horario establecido;
no se podían detener y en los columpios el tiempo perder.
Ante la insistencia de su prima, le dijo que él se iría y allí la dejaría…
María le dijo que se fuera si quería, pues sola jugando se quedaría;
No lo iba a hacer en realidad pero ella creyó que lo decía de verdad,
así es que a los columpios altiva y orgullosa se dirigió
y su primo hizo que se marchaba y a caminar empezó.
Sin mirar atrás se alejaba, mientras María, satisfecha, se columpiaba,
aunque muy poco se alejó y media vuelta se dió;
al parque volvió pero a María ya no vió,
pensó que lo estaría esperando, arrepentida y llorando…
pero ella, al no verlo, detrás de su primo había salido
y entre la multitud se había despistado y perdido;
María, siempre tan espabilada, estaba ahora muy desorientada;
a pesar de esto empezó a caminar,
con la esperanza de su casa encontrar;
no sabía ni por dónde se metía,
que continuamente pasaba por los mismos lugares le parecía,
a nadie de ese barrio conocía…
Estaba oscureciendo y cada vez más miedo María iba teniendo,
caminaba y caminaba y su casa no hallaba,
pero fuerte como era, aunque mucho miedo tuviera,
serena debía procurar estar para cómo ir a su calle recordar…
A lo lejos de repente una casa vislumbró
que inmediatamente reconoció,
salvada estaba, ¡frente a un hogar conocido se encontraba!..
era la casa de una amiga de su madre, quien en camisón salió,
cuando a su puerta la asustada María llamó…
la adormilada elefanta mucho de verla se sorprendió
y en sus papás inmediatamente pensó,
¡desesperados debían estar!
tenía que darse prisa para hasta ellos, a la pequeña llevar…
Tras mucho caminar, a casa de María llegaron
y a familiares, amigos y vecinos allí encontraron,
carteles con su foto en los árboles pusieron…
los ancianos de la manada a buscarla fueron…
María, al ver llegar a papá, temió el debido castigo merecido,
pero papá sin mediar palabra se la llevó consigo
y en su habitación la hizo permanecer,
hasta que la pequeña aprendiera a obedecer…
María bien arrepentida estaba,
con lo que ella a sus papás amaba,
un horrible susto por su tozudez les había dado,
pero es que ella, muy mayor siempre se había considerado,
por eso, como una leona y no como una elefantita siempre se había comportado…
y si queréis saber si María aprendió tras este episodio a obedecer,
os diré, que hoy en día, mucho le cuesta “dar su brazo a torcer”,
pues sigue sin gustarle que le digan, lo que tiene que hacer,
porque ella solita muy bien se sabe valer y defender;
esto, ha provocado que muchas más anécdotas María haya vivido,
que yo, si queréis, os contaré en su tiempo debido…