De Ángel a Angélica

¡»No eres una mujer y nunca lo serás,

mal acabarás, ya lo verás»!…

Siempre escuchaba la misma canción,

en tono despectivo y bravucón

en boca de su padre ¡tan hombretón!

Quizás si éste hubiera sabido

lo que su incomprensión le había dolido,

jamás esta frase habría pronunciado,

o tal vez sí, al sentirse decepcionado;

Ángel había sido «la niña de sus ojos»,

curiosa expresión que recordaba lloroso;

ya no sería de su honorable apellido el sucesor,

ni orgulloso heredero de su oficio de leñador.

Pero Ángel no podía seguir ocultando su verdad,

ahora podía decidir, era mayor de edad;

no se trataba de a su progenitor contrariar,

ni de un capricho, o de querer la razón llevar,

¡mucho menos tenía una enfermedad!

estupidez que también había escuchado

y a la que por suerte, importancia no había dado.

Según otros cargados de juicio decían,

la culpa sin duda la tenían,

las muñecas de su hermana Ana,

con las que de pequeñito jugaba,

y a las que hasta comiditas les preparaba;

a pesar de que antes de su adolescencia,

Ángel tuvo claro en su conciencia,

que una mujer algún día sería,

pues como tal se sentía;

no se preocuparía por nadie más,

dejaría de contentar a los demás,

su persona no anularía,

marcha atrás ya no había,

no podía olvidar y dejar morir,

a «esa otro yo» que quería vivir,

que luchaba y le rogaba existir;

por eso, aunque toda una vida tardase,

no pararía hasta que lo lograse:

sería fiel a sus sentimientos,

aunque cayese la base de sus cimientos.

 

Muchos de sus amigos lo habían insultado,

malos consejeros e intolerantes agoreros.

Había intentado ser un hombre «hecho y derecho»,

para que papá le dejase vivir bajo «su techo»,

esa era la condición que le requería,

la más falsa e insoportable que su hijo permitía;

siempre creyó que su padre lo entendería,

cuando se sinceró ese bendito día

y le dijo cómo se sentía y que operarse quería,

había nacido varón pero no era su condición. Manuel, siempre creyó ser abierto y tolerante,

pero miró a su hijo como a un bicho repugnante,

pues como se suele decir:

no es lo mismo llamar que levantarse a abrir.

Él nunca supo que tenía prejuicios,

porque para los demás no emitía juicios,

sin embargo, ahora «el problema» lo tenía en casa

y «la cosa» ya no tenía tanta guasa…

¡Cuántas dudas en su hijo había creado!

¡Cuánto lo había desorientado!

Cuántos temores, desamores,

engaños, desengaños… año tras año;

lágrimas reprimidas y ahogadas durante el día,

pero por la noche a rienda suelta derramadas,

en el cálido refugio de su almohada,

cuando estaba seguro de que nadie lo veía.

 

Aquella mañana de primavera,

pareció en su vida ser la primera,

un cosquilleo en su estómago le recordaba,

el paso irrevocable que en su vida daba,

sin embargo, ya no dudaba, 

nada ni nadie le preocupaba

mientras la puerta del hospital atravesaba.

Siendo Ángel por última vez ese día se dormiría,

y como Angélica se despertaría;

por fin, una real y feliz vida tendría.

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