La historia de una amistad espinosa entre un perrito y un erizo

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 Serafín, el puerco espín,
tiene que ir con cuidado.
El pobre pequeñito,
tiene su redondo cuerpecito,
de peligrosas púas rodeado,
que más de un susto le han dado
a los que a él se han acercado.
Bobby el bulldog, el perro del vecino,
olió un sabroso y rico tocino,
de la casa de Serafín parecía salir,
y Bobby no se pudo resistir.
A casa del puerquito se acercó
y a su puerta el can llamó.
Serafín lo invitó a pasar,
no lo pudo evitar,
estaba tan ilusionado
porque tenía un invitado
que de sus peligrosas púas se olvidó
y cuando a Bobby se aproximó
para ofrecerle el tocino,
en su hocico lo pinchó.
Enterado de esto el vecino,
al perrete al veterinario llevó;
Bobby muy triste estaba,
no solo por lo mucho que sus heridas
(por toda su cara repartidas)
dolían y escocían,
sino por la pena que le daba
cada vez que recordaba,
cómo Serafín, el buen puerco espín,
intentaba consolarlo
sin poder siquiera tocarlo.
Esto había que solucionarlo
y por eso el veterinario
quién tenía buen gusto culinario,
fue a visitar a Serafín
y para que su problema tuviera fin,
algodón en sus púas le colocó
y cuando el puerco espín se le acercó
ningún mal le causó.
Juntos un guiso cocinaron,
y a su mesa convidaron
a Bobby, el goloso perro del vecino,
para que por fin pudiera disfrutar
sin temor a volverse a pinchar
de un rico y sabroso tocino.

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