Los profelados (la rebelión de las aves)

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El pequeño Ángel ir al colegio odiaba,
muchas veces se escapaba,
y en el bosque cercano se refugiaba,
donde mucho mejor se lo pasaba.
Cada mañana, su madre venía a despertarlo
y mil veces en la cama tenía que zarandearlo
hasta que, con » las sábanas pegadas»
por fin se levantaba;
suerte que sus hermanos, los gemelos, 
habían salido más buenos.
Aquella mañana por sí mismo se despertó
pues su madre a llamarlo no subió,
cuando al comedor bajó,
tampoco nadie había,
incluso para él solito el baño sería;
ni siquiera su vaso de leche ya fría,
en la mesa de la cocina hoy tenía.
A la calle salió y se sorprendió:
ni un alma había.
De repente, un extraño deseo sintió
que profundamente lo descolocó:
pensó en acercarse hasta el colegio,
¡cómo su cerebro podía ser tan necio!
aunque en el fondo, éste tenía razón,
pues era su natural obligación
averiguar qué narices estaba pasando
¿quién si no era él la estaba liando?
Cuando iba por la puerta a entrar,
se le encendió su poderoso radar
que le hizo inteligentemente recular
y detrás de una farola escondido,
observar sin ser sorprendido,
a dos pollos que, alucina, vecina,
iban vestidos como los humanos
y para acabar de flipar,
no podía reaccionar:
¡llevaban la ropa cursi de sus estirados hermanos!
se quedó de una pieza
y aún negando con la cabeza,
entró en el cole de puntillas,
caminando lentamente, a hurtadillas.
Visitó  la sala de profesores,
para él, la habitación de los horrores,
pues allí sin compasión decidían, 
si lo aprobaban o suspendían
¡y esto último siempre hacían!
pero como la ocasión la pintan calva,
contuvo un gritito que le salió del alma
porque …si allí nadie había
¿Quién se enteraría,
nadie estaría pendiente
si en su expediente
algún retoque hacía?…
De pronto, escuchó murmullos cercanos
y aletazos no demasiado lejanos,
nervioso, no sabía dónde esconderse,
pero por fin halló dónde meterse:
encontró abierto un armario, 
era el del «diccionario»,
mote con el que había bautizado
a Braulio, profe de latín y ex-soldado.
Los pollos armaban mucho jaleo,
con tanto ensordecedor cacareo,
aquello parecía un gallinero.
Ángel sonrió por el ocurrente chiste, 
¡mas no había tiempo para el despiste!
Tomaron asiento alrededor de la mesa,
una gallinita maquillada muy coqueta
y peinada con una restirante coleta,
empezó a cacarear como una posesa
y ocupó la silla del director,
Don Melchor, el todopoderoso rector.
Ángel ni un cacareo entendía, 
de todo lo que la líder decía,
¡una voz en off podría ir traduciendo,
lo que allí se estaba cociendo!
que no era precisamente,
(nuevo chiste le vino a la mente)
como bien se sabe,
una rica sopa de ave.
La jefa en la mesa un aletazo dio,
con esto su discurso concluyó,
se levantó y todos la siguieron,
de la sala alzando las alas salieron,
píos guerreros entonaban,
mientras unos a otros se abrazaban.
En el pasillo, frente a la primera nevera, 
la de pastas y chuches se detuvieron,
los ojos de Ángel no creyeron lo que vieron:
estaba llena de cucuruchos y helados,
aunque…que cosa más rara,
no era posible ¡tenían caras!
y eran las de sus profes ¡congelados!!
A Ángel los helados le chiflaban
y aquellos pobres desgraciados,
parecía que lo llamaban
y a comerlos lo invitaban.
El que parecía de piña le llamó la atención,
lo miró con adoración,
un suave caramelo, de vainilla tal vez,
resbalaba caprichosamente por un trozo de nuez
pero, el deseo se tornó asco y horror,
cuando Ángel comprobó con estupor,
que esa sabrosa maravilla,
era el profe de mates, don Torrecilla;
una húmeda pipa siempre fumaba,
con la que golpecitos en la cabeza le daba
cuando restando se equivocaba;
incluso… ahora que mejor se fijaba,
¡allí estaba! su pipa en la piña clavada;
no podía ser como los demás
y ponerse un barquillo, un palillo,
una crujiente galletita, 
¿o simplemente una cucharita?
el Torrecilla, tutor de la ESO,
era raro hasta para eso.
Entre tanto, los profelados,
(palabra que se le ocurrió,
mirando a los profes helados
y por lo que sin querer se rio),
cuando los pollos abrieron la nevera, salieron «sálvese quien pueda»,
todos corrieron cuanto pudieron;
a un cucurucho las gafas se le cayeron, 
un plumífero se las pisó sin piedad,
es más, con extrema crueldad:
girando su pata de lado a lado,
mientras el cucurucho, desesperado,
en el suelo tirado,
era por los demás espachurrado;
Algunos pajarillos conseguían
atrapar presa, como le ocurrió al helado de fresa,
que aunque intentó subirse a una mesa,
con su propio palo tropezó, se le rompió ¡y ya no se levantó!
Ángel se pudo esconder
pero en medio de la «batalleta»,
le pareció entre los que corrían ver,
a la profe apodada «metralleta»,
por lo rápido que hablaba
cuando su clase de lengua daba;
ella sí que bien le caía,
y la creía cuando decía
que si un poco se esforzaba,
en septiembre lo aprobaría
pues realmente así ocurría.
Viendo que iba a ser alcanzada
y por un pollo saboreada,
de su escondite salió
y delante de las aves se plantó,
cuando los enemigos lo vieron, 
a por él indiscutiblemente fueron;
su objetivo era poderlos despistar
y que los profes pudieran escapar;
nunca jamás lo hubiera creído,
ni aunque se lo hubieran prometido,
¿él, ayudando a los profes estaba?
¡Allí había algo que no rulaba!…


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