Luca, la descendiente de Drácula

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La pequeña murciélago Luca
descendía del conde Drácula,
su familia no la dejaba salir de día
pues le decían que se desintegraría,
pero cuando todos ya dormían
y por tanto no la veían,
en su ataúd no se metía
y se distraía cada mañana
mirando por la ventana,
escondida tras la cortina,
de la lúgubre cocina.
Cuánto le gustaría y cómo disfrutaría
si pudiera salir a pasear, a comprar,
vestir a la última moda,
¡dormir en una cama cómoda!
Sus familiares no la entendían,
¡con lo que ellos se divertían!
pero cuando Luca iba con ellos de excursión,
no le veía la gracia ni la diversión:
otras inquietudes estaba teniendo,
cosas bonitas sintiendo
y muy raro esto le parecía
porque según decían,
si es que no le mentían,
corazón no tenía.
Se empezó a enfermar y deprimir:
¡eso era un mal vivir!
Un buen día se atrevió a salir,
y si se desmoronaba
y en ceniza se transformaba,
al menos, por un instante leve y breve
feliz habría sido,
pues en su rostro hubiera sentido,
el calor del sol de la mañana,
y no a través de una ventana.
El pomo de la puerta temblorosa abrió
y el maravilloso sol la deslumbró,
nunca había visto nada igual,
¡era una sensación bestial!…

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