¿Quieres que te cuente un cuento recuento?
Jael se acercó aquel día al río para intentar escapar un poco de sus problemas. No tendría por qué tener tantos a sus escasos 15 años, bueno, en realidad solo tenía uno, pero por lo visto, para todo el mundo era tan importante que aún no supiera qué hacer con su vida que para él se había convertido en la premisa de su existencia, en un problema tan grande que había empezado a bloquearlo.
Comenzó a tirar piedrecitas al agua, siempre lo hacía. Tenía un récord propio y exclusivo haciendo que las piedras, (planas por supuesto) rebotasen cuatro veces antes de hundirse en el fondo del río.
Estaba tan ensimismado en sus pensamientos, en su mono-tema, que no se dio cuenta de que de repente, una frágil mano, parecía femenina, apareció a la altura donde había caído la última piedrecita que Jael había lanzado al agua. Solamente cuando escuchó una voz, su cabeza regresó a ese momento.
» Jael, Jael, ven, sígueme».
-¿Quién es? – se asustó el chico.
– Soy la piedra en el camino que te mostrará tu destino, ven…
Jael se fijó entonces en la hermosa y delicada mano que le hacía gestos invitándole a seguirla.
– Ven conmigo y se acabará tu problema. Tienes un maravilloso futuro por delante pero debes acompañarme para que te muestre cómo llegar hasta él sin equivocarte. Ven, ven, ven conmigo Jael…- insistía la mano moviéndose sutilmente- sigue a la próxima piedra que lances y te enseñaré tu futuro.
Jael lo pensó un instante: saber su porvenir sin tener que molestarse en pensar en qué hacer, sin temor a equivocarse, a perder el tiempo; ya no lo llamarían vago, no tendría envidia de los compañeros que ya tenían tan claro su objetivo en esta vida. Era muy tentador…
-Pero no te puedo seguir- se lamentó el muchacho- no sé nadar, me ahogaría antes de que me mostrases mi futuro.
-No tengas miedo, será solo un momento, yo te protegeré. ¿No es tentador poder saber tu futuro?¿dejar de preocuparte?- parecía que leía los pensamientos de Jael – Ven…
Jael asintió y buscó una piedra perfecta, la más plana, la más grande, como si ella fuera a marcar el futuro que le esperaba. La encontró.¡Era la mejor!. Decidido a acabar con su problema, la tomó, y la acarició unos segundos como un jugador que remueve los dados antes de echarlos al tablero para que le traigan suerte.
De repente, casi sin saber por qué lo hacía, no tiró la piedra al río, sino que la lanzó fuera de él tan fuertemente, que la piedra fue a parar al otro lado de la orilla y rodó y rodó, chocando contra muchos obstáculos, durante muchos metros, pero ella los iba sorteando, y seguía adelante, decidida, hasta que fue a parar a los pies del árbol más florido y espléndido que Jael hubiera visto jamás y supo casi inmediatamente que esa era la visión de su futuro: tal vez estuviera lejos, seguramente lleno de equivocaciones, de sinsabores, pero que debía afrontar y vencer para tener un porvenir tan lleno de vida como el de aquel precioso árbol en el que nunca se había fijado.
Tan misteriosamente como había aparecido, y furiosa por no haber podido tentar al joven, la espantosa mano se adentró nuevamente en el río, esperando a su próxima víctima.
