Gino, el pingüino divino de alas pequeñitas

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Gino era un pingüino de aspecto divino:
su blanco plumaje, su negro y largo traje,
eran la envidia de todo el paraje.
Su esbelto cuello anaranjado, era por todos admirado.
Pero contento nunca estaba:
¿Para qué quería unas alas, si él nunca volaba?
Se quejaba de que le molestaban,
ya que en su lindo cuerpo desentonaban.
Las comparaba con partículas, pues las veía ridículas.
Siempre lloriqueaba, a sus amigos cansaba,
porque día y noche repetía, que unas alas más grandes quería.
A pesar de que todos se lo decían,
él nunca lo entendía:
sus alas pequeñas eran,
para que hacerlo bucear pudieran
y poder así de un depredador escapar,
si aparecía alguno por el lugar.
Pero Gino solo pensaba que si no podía presumir,
no merecía la pena vivir.
Tan pedante y creído era
que aburría con su historia a cualquiera:
¡Él era el emperador Gino:
el pingüino genuino de aspecto divino!
Por eso todos maravillados lo admiraban
y boquiabiertos lo contemplaban,
sólo sus pequeñas alas lo defraudaban,
sin duda lo avergonzaban…
En la orilla del mar pensando distraído estaba,
mientras un lobo polar peligrosamente se acercaba.
Todos al agua corrieron
y a Gino gritando advirtieron.
Por suerte éste los oyó
y al agua de un salto se lanzó:
sus diminutas alas al fondo lo propulsaron
y del fiero lobo lo salvaron.
Y así fue como lo único de lo que  Gino no se sentía orgulloso,
lo había salvado de un lobo, fiero y goloso.

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