Cuento leído por su autora, Palmira Cortés, en la emisora de radio Radio Cultura 12 de México, para celebrar la Navidad.
¿Quieres que te cuente un cuento recuento?
Ding dong las campanas alegres repicaban
y los pájaros, felices en el nido cantaban;
se respiraba paz y amor en este bonito día,
aunque para Nervo, el ciervo, no lo parecía.
Mamá un bebé ha tenido y a casa para verlo, todos han venido;
-¡ qué dulce y regordete! ¡ es un cielete! – decía el tío Tonete.
Y a la abuela Lucía la baba se le caía,
mientras tonterías al bebé le decía.
Pero a Nervo ni lo miraban,
solo con el bebé se embobaban
y como él también necesitaba que le hicieran caso,
se le ocurrió que podía hacer el payaso:
tal vez así le prestarían un poco más de atención
aunque lo que consiguió fue que lo castigaran en su habitación.
Todos los piropos eran para su hermano,
sin embargo, él todavía era también un enano;
Nervo comenzó a cogerle manía,
a pesar de que el bebé culpa no tenía
de lo que la familia hacía.
Cuando estaban solos lo molestaba
y el pobre bebito se quejaba,
pero entonces, a Nervo un poco de penita le daba,
pues en realidad su hermanito molaba:
lloraba cuando de él se separaba,
se reía con todas las tonterías que hacía,
detalle no le perdía, pero era la familia la que vista no tenía,
solo al bebé obsequios traían, parecía que Nervo ya no existía…
Un día mamá no lo pudo ir al cole a buscar,
porque al bebé tenía que al médico llevar.
Las fechas de Navidad se acercaban
y las calles los vecinos adornaban;
a Nervo le encantaba cuanto eso significaba,
villancicos con la familia y los amigos cantaba,
mamá los manjares que más le gustaba le hacía,
Papa Noel algún regalo le traía
pero era a los Reyes Magos, a quien con más ilusión esperaba
aunque ese año Nervo muy contento no estaba,
sólo una cosa deseaba y ni siquiera en hacer la carta se molestaba,
pues seguro que también ellos, únicamente, regalos al bebé traerían
y como los demás, en él solamente se fijarían.
Ocurrió que Nervo paseando por el bosque se encontró a un humano,
que con desesperación buscaba a su pequeño hermano;
habían ido juntos al bosque a pasear
y él una broma le quiso gastar:
por un ratito sólo lo había dejado,
a su suerte lo había abandonado:
un poquito de envidia le tenía
porque para todos parecía que solo el pequeño existía.
De este modo quería castigarlo y de su buena suerte culparlo
pero cuando de allí se marchó
al instante se arrepintió,
porque con mucha pena recordó
cuánto amor por su hermano sentía,
cómo la vida sin él de aburrida sería
y lo que ambos se divertían pues muy bien se entendían.
Sabía que papá y mamá a los dos querían
pues su amor por sus hijos igualmente repartían,
pero a él a veces no se lo había así parecido
y la envidia su corazón había invadido…
Nervo atentamente lo escuchaba
y en su enano hermano pensaba:
entendía muy bien de lo que el humano le hablaba,
pues también él a su hermano mucho envidiaba.
Se acordó de cómo lo miraba con devoción y adoración,
de cómo lo imitaba, igual que un mono de repetición;
por eso al humano de sobras entendió
y que encontrarían a su hermano le prometió.
Cuando afortunadamente así sucedió,
a su casa galopando regresó
y a su querido hermano con fuerza abrazó.
Ahora parecía que lo veía diferente
y estaba pendiente de él constantemente.
Supo que había sido un exagerado
y que a su familia había malinterpretado.
Nunca lo habían dejado de querer
pero eso es lo que él creyó ver.
Todo se lo había imaginado comportándose como un mimado.
Esa noche muy contento fue a dormir
y la carta a los reyes se puso a escribir:
sólo su perdón quería pedir,
pero cuál su sorpresa sería,
cuando vio que le trajeron todo lo que quería.
Papá y mamá contentos le sonreían
mientras fotos todos juntos se hacían.
Tras una ventana, cauteloso pero orgulloso,
el humano lo miraba junto a su supuesto hermano…
Un barbudo amigo se les unió
y a subir en sus camellos los invitó…
aún tenían mucho trabajo que hacer
y a los niños buenos sus presentes traer;
juntos los tres desaparecieron
y llevando al mundo paz y alegría, su camino prosiguieron.
