En una soleada mañana, la rana Ana salió a pasear por el campo, iría también a la panadería de su amiga, la tendera Carla, para saludarla. De vuelta a casa, llevaba una pequeña canasta llena de pan recién horneado y tiernas magdalenas que había comprado para desayunar. Mientras saltaba alegremente, encontró una planta de hermosas flores naranjas y se detuvo a admirarla.
De repente, una brisa fuerte hizo rodar su canasta hasta la arena del río. ¡Oh, no! ¡El pan y las magdalenas se estaban llenando de arena! Pero entonces, apareció una amiga, la leona Nana, que utilizó su cola como si fuera un plumero de vistosas plumas, para limpiar cada barrita de pan y las magdalenas que se habían ensuciado.
«¡Gracias, Nana!», dijo la rana Ana muy contenta – ¿Quieres que desayunemos juntas estas apetitosas magdalenas y este calentito pan?
-¡Claro que sí, mi querida amiga Ana!- respondió la leona Nana.
Ambas empezaron a caminar felices en dirección a la casa de la rana Ana, hablando de sus cosas de amigas, y juntas pasaron una bonita y divertida mañana.
