Juan y su amiga Julia, volvieron al día siguiente al jardín cercano al Bosque Verde, al que ahora llamarían «El Jardín de la Jalea«, tal y como habían decidido tras encontrar una jirafa de juguete, al lado del bote de jalea que el oso Zacarías, había dejado para que las abejas la probasen. Apoyaron la jirafa en el mismo árbol donde la encontraron, al que reconocieron fácilmente porque era un tanto extraordinario: tenía su grueso tronco retorcido y un agujero del tamaño de un pequeño pollito (extraña comparación que hago para que os hagáis una idea de cómo era de grande) que nunca hubieran descubierto de no haber sido porque Azucena, la lombriz que tenía nariz, salió de su interior, feliz como una perdiz. Juan y Julia se escondieron para ver si alguien venía a recoger la jirafa de juguete pero solamente pasaron por allí, una mamá koala y su hijita, la cual, se quedó mirando a la jirafa. Se cansaron de esperar y decidieron investigar por los alrededores por si hallaban alguna pista y llegaron al bosque llamado «De las letras». Por el suelo, vieron trozos minúsculos de papeles de colores, como si fueran de confeti y pedazos de globitos deshinchados; parecía que alguien había celebrado una fiesta allí. Tal vez, un cumpleaños… De pronto, apareció Max, el perrito de Juan que se había adelantado para hacer sus propias investigaciones perrunas, venía muy retieso, «en plan serio y creído» porque creyó haber encontrado una buena pista, aunque no supiera en realidad lo que Juan y Julia estaban buscando. Tal vez esa pequeña caja que traía entre sus dientes, les llevara a resolver el misterioso caso de la jirafa pringosa que se habían inventado…
