Por su parte, Max y Zaira se habían ido a pasear por el Bosque de las Letras, Max presumió ante Zaira de sus dotes como «detectiperri» enseñándole el lugar donde había encontrado la misteriosa cajita. De repente, apareció por allí Ezequiel, el señor zorro, que era el taxista de la zona y que siempre llevaba unos zapatos extremadamente relucientes, de un estilo exclusivo y súper elegantes que compraba en el extranjero, concretamente en el estado americano de Texas, por lo que se creía que era un ser extraordinario, aunque para Max, el zorro Ezequiel, solo era un fanfarrón extravagante.
Polli, un pollito que estaba jugando al escondite con sus hermanos en la granja del señor Ulises, y que se había perdido cuando empezó a llover, tuvo miedo al ver a los dos perros y al zorro Ezequiel, y salió corriendo sin parar. En su escapada, se cruzó con cuatro niños y siguió corriendo. A lo lejos, vio un castillo y pensó en refugiarse en él: empezaba a llover más fuerte. Oyó pasos cerca, y sabiendo que no le daría tiempo de llegar al castillo, se escondió dentro de un agujero que había en un extraño árbol de tronco retorcido y que, curiosamente, parecía que estuviera hecho a su medida. Cuando entró a través de él, Pollito se sorprendió al ver unas escaleras en forma de caracol: ¡Qué extraño! – pensó – ¿A dónde conducirán?. Esta vez, Polli no tuvo miedo, le pudo más su lado chafardero e investigador, y ni corto ni perezoso, comenzó a bajar por las escaleras.
Los niños llamaron a Max y Zaira, porque empezaba a llover más fuerte.
