¿Quieres que te cuente un cuento recuento?
Mientras tomaba su rica merienda,
el buitre Genís leía una leyenda,
el pequeño en voz alta lo hacía hoy,
porque su amigo, el leopardo Eloi,
aún estaba aprendiendo a leer
y ninguna historia se quería perder;
los veranos juntos pasaban,
sus familias en un pueblo se reunían
grandes casas allí tenían,
Salàs de Pallars se llamaba
las calles corriendo recorrían,
en bici montaban,
en el gran lago se bañaban,
a todo jugaban,
pero también estudiaban
porque sus papás deseaban
que adquirieran conocimientos,
aquellos que en algunos momentos,
de ayuda les servirían
y de más de un apuro los sacarían.
El libro que esa tarde leían
hablaba de reyes, de condes,
de castillos y de cortes,
de soldados que tenían que luchar
para tierras conquistar,
de las ferias del ganado,
a los que vendían en el mercado…
Una bonita mañana había amanecido,
en casa de Eloi habían dormido,
el leopardo se sentía algo empachado,
la noche anterior se había pasado,
comiendo demasiados
apetitosos helados;
aún así, su desayuno tomaría,
de ninguna manera se perdería,
los ricos platos que Mercè hacía,
su entrañable y bonita abuelita.
Igualmente, como cada día, a la calle irían
y a sus amigos verían.
Por la escalera los pequeños bajaron
a los papás desayunando hallaron:
Olga llevaba una prenda única,
una blusa, más bien una túnica,
Lluís lucía un estrecho pantalón
que no llevaba cinturón,
sino una deshilachada cuerda
que inevitablemente les recuerda
la que cuelga de los jamones
en la tienda de la señora Dolores.
Era extraño lo que estaba pasando
¿Una broma les estaban gastando?
un vaso de leche recién ordeñada,
en un gran tazón les esperaba,
y una gruesa hogaza de pan,
si no había otro plan,
y si era verdad lo que Lluís decía,
sería el desayuno de ese día.
A regañadientes lo tomaron
y a la calle escaparon
pero allí la cosa no cambió,
incluso empeoró:
todos vestían igual,
de época medieval,
lo cual tampoco era muy normal,
la feria del «bestiar» les recordaba
que en Salàs se celebraba,
y los tiempos rememoraba,
de venta de productos y ganado
en su querido poblado;
a veces incluso ellos habían asistido,
y frutas y verduras habían vendido,
esas que del huerto recogían
cuando al campo iban,
para aprender a sembrar
y así al abuelo Fernando ayudar.
Al lado de la iglesia estaban,
pero no era como la recordaban,
más bien un castillo parecía,
o una torre de vigía.
Eloi se estaba empezando a asustar
hasta tenía ganas de llorar,
él que siempre tan alegre estaba,
discretamente sollozaba,
mientras a su amigo preguntaba
qué era lo que pasaba
y quién de allí los iba a sacar.
Genís lo tranquilizó
y un abrazo le dio,
juntos descubrirían qué ocurría,
todo se solucionaría…
De repente, delante de ellos un carro pasó,
a toda prisa la calle cruzó.
Genís delante de Eloi se colocó,
sus alas en cruz alzó,
como si de esta manera quisiera evitar,
que el vehículo lo pudiera atropellar.
Genís al conductor del carro increpó,
aunque éste ni se inmutó,
y sin perder velocidad se alejó.
Genís alcanzó a mirar en el interior,
y reconoció con estupor,
al ocupante del carruaje,
era alguien de gran linaje:
el conde del Pallars Ramón V,
hablaron de él en su clase de quinto;
estas tierras había heredado,
su padre al morir se las había dejado;
con Guillem II las compartía,
el único hermano con quién se avenía.
La rivalidad con su primo Artau,
en luchas los enfrentó,
hasta que la paz se firmó
y Ramón a su pariente cedió
castillos como el de Orcau.
¡Entonces era verdad,
estaban en la antigüedad,
a través del tiempo habían viajado!
De sus pensamientos salió
y hacia Eloi se volvió,
¡pero no lo vio!
¿Qué era lo que había pasado?
¿La pared se lo había tragado?
Con todas sus fuerzas la empujó
pero la pared no se movió.
Afrontando la realidad,
aún si cabe más desesperado,
Genís las calles recorría
pero ni rastro de Eloi había,
a voz en grito lo llamaba,
ninguna respuesta hallaba;
algunos ancianos lo miraban,
mientras jóvenes, niños y animales trabajaban,
en sus tareas no podían despistarse,
pues eso era arriesgarse
a ser por el conde castigados,
tal vez siendo apresados.
Un joven de repente se le acercó,
y por su nombre lo llamó,
el buitre no lo conocía,
que él era Max le decía;
Max era el único humano
a quien trataban como a un hermano.
Eloi y él en verano lo veían,
juntos, buenos ratos compartían.
Por sus padres le preguntó,
llorando los recordó;
Pritsi y Miquel seguro que como él,
preocupadísimos estaban
y de menos lo echaban.
Genís lo tranquilizó
y con firmeza le aseguró,
que el día anterior los había saludado
¡incluso con él mismo había jugado!
Entonces, eso significaba,
que el tiempo «en el otro lado» no había pasado,
mientras él en esta época había estado,
y eso naturalmente explicaba,
por qué a Genís reconoció,
en el momento en que lo vio:
para Max, los años habían pasado,
pero el buitre no había cambiado.
Max nada recordaba,
ni siquiera sabía por qué allí estaba,
apenas comía, y poco dormía,
solo despertar de ese sueño quería
y ahora que a Genís veía,
una esperanza tenía:
quizás juntos una salida encontrarían
y a su tiempo regresarían;
también por Eloi le preguntó,
que no estuviera con él le extrañó.
Genís apenado le explicó,
cómo a su querido leopardo perdió.
Un anciano que los escuchó,
en su conversación se metió
y una historia les contó:
en tierras sagradas se encontraban,
en épocas diferentes a las actuales,
los hombres, los animales,
todos eran iguales,
se hablaban, se respetaban,
los viejos árboles consejos les daban;
pero un día llegó,
en el que nadie escuchó,
solo miraban por su propio bienestar,
lo que a otro le pudiera pasar,
nada les empezó a importar;
el hombre talaba los árboles de raíz,
igual que si fuesen maíz,
ya que la leña muy bien se pagaba,
de esta manera los mataban,
ni siquiera cuenta se daban,
de que si los árboles morían,
ellos tampoco vivirían
porque sin oxígeno se quedarían
y también al planeta matarían;
por eso, un día los animales se reunieron,
en el bosque una charla tuvieron,
a los seres humanos no invitaron,
por supuesto con ellos no contaron,
pues lo que allí dialogaron,
es el castigo que tendrían
y el escarmiento que les darían,
debido a su egoísmo y su falta de empatía;
y lo que decidieron, no contradijeron:
a través del tiempo los harían viajar,
al azar pensaban actuar,
es decir, a cualquiera le podría tocar,
por el espacio- tiempo vagar,
quizás así algo aprendieran,
de la época donde estuvieran,
y entenderían que podemos convivir
sin nadie tener que sufrir;
pero la paloma de la paz habló,
del hombre se compadeció
y al viejo y sabio árbol pidió
que algún día permitiera,
que existiera una manera,
para que la maldición se pudiera acabar
y a su tiempo pudieran regresar;
entonces, el pino llamado Lino,
pensó, ideó y planeó
un complicado acertijo,
el cual, según a los demás dijo,
el humano que suerte tuviera
y por fin lo resolviera,
con el castigo acabaría,
y nadie más, fuera de su tiempo estaría.
El anciano también les explicó,
que él nunca lo consiguió,
y a vivir en esa época se resignó;
les dijo que al bosque debían ir,
y con respeto a Lino pedir,
si el acertijo les podía decir,
porque si lo entendían
y tal vez lo resolvían,
todo volvería a la normalidad,
y ellos regresarían a su actualidad…
Así buitre y joven lo hicieron,
y al bosque se dirigieron,
cuando allí llegaron,
al viejo árbol buscaron
y cuando Lino el gran pino,
que desde que Matusalén vivía
él ya existía y una copa enorme tenía,
al animal y al humano vio,
mucho se sorprendió
y qué venían a hacer les preguntó;
Genís muy respetuoso se mostró
y al gran árbol le explicó
que no todos los seres humanos,
los querían talar y con su vida acabar,
algunos los trataban como hermanos;
muchos sabían cómo cortarlos,
para lo menos posible dañarlos.
Lino pacientemente lo escuchó,
que tenía razón observó
y a explicarles el acertijo accedió:
tres piedras debían buscar
y unas palabras mágicas pronunciar,
si a Eloi querían volver a ver
y su venganza detener;
las piedras no eran especiales,
pero entre ellas no debían ser iguales,
ni muy redondas ni muy ovaladas,
tal vez algo alargadas,
o simplemente aplanadas;
más no les podía ayudar,
tenían que saberle demostrar
que en ellos podía confiar:
si su tiempo en buscarlas perdían,
eso significaría, que voluntad tenían
en conseguir lo que pretendían
y quizás, solo quizás,
si su esfuerzo veía,
aún sin conseguirlo les perdonaría,
pues lo habían pedido con educación
y tal vez era hora de acabar la maldición.
Los pequeños accedieron,
a resolverlo se comprometieron,
por el bosque buscaron,
muchas piedras hallaron,
aunque, todas especiales podrían ser
¿Cómo sabrían las que escoger?
Entonces, Genís en una se fijó
y a Max se lo comentó,
tenía algo grabado, medio borrado,
y de pronto recordó
aquello que creía olvidado:
acerca de las Runas había leído,
su significado le había sorprendido,
eran unos símbolos misteriosos,
que encantarían a cualquier curioso,
se trataba de una lectura singular
que permitía adivinar,
incluso resolver, si lo sabías hacer,
situaciones complicadas
o respuestas no contestadas;
en las piedras mejor se fijaron,
tres con símbolos diferentes hallaron,
de las demás destacaban:
una, un triángulo abierto mostraba,
su punta a la izquierda apuntaba;
en otra una cruz se veía,
la parte central más larga parecía,
y la tercera, una especie de S era,
aunque no una cualquiera:
a un rayo se asemejaba.
Si era cierto lo que Genís creía,
que así el acertijo resolvería,
ahora más agradecía,
que sus papás siempre insistieran,
en que los peques mucho leyeran,
para que así, conocimientos tuvieran.
Muy contentos se las llevaron a Lino,
esperando agradar al centenario pino,
este con detalle las observó
y con agrado se sorprendió:
no creía que lo iban a conseguir,
no les quería mentir,
pero su parte habían cumplido,
no se habían rendido;
ahora él las palabras mágicas les diría
y qué debían hacer les explicaría:
las piedras tenían que coger,
y a la calle de la torre volver,
bajo el arco se detendrían,
las piedras unirían,
y las palabras mágicas pronunciarían,
a su tiempo podrían regresar
y con el maleficio acabar.
Los amigos, agradecidos al pino Lino,
le quisieron prometer,
que lo imposible iban a hacer,
para que el hombre entendiera,
que no podía actuar como quisiera
y que con la naturaleza debía ser,
más respetuoso y no tan codicioso.
Genís y Max a la torre fueron
y lo que les dijo el árbol hicieron,
sus ojos cerraron, las piedras en la pared apoyaron
y las palabras mágicas pronunciaron:
«audacia, victoria y destino»;
bien habían elegido, con mucho tino:
la cruz representaba el destino,
el triángulo, la audacia que tuvieron,
y la S la victoria, pues el acertijo resolvieron.
¡Inmediatamente, mágicamente,
las piedras a la pared se unieron,
y parte de ésta fueron!
De repente, la pared se movió,
como una puerta se abrió,
y al otro lado Eloi apareció;
Max en niño de nuevo se convirtió,
los tres amigos se abrazaron,
corriendo, la puerta atravesaron,
y a su tiempo regresaron…
-Genís, Genís, ¿con el conde qué pasó?
¿Qué castillos construyó? – Eloi le preguntaba,
mientras su ala zarandeaba.
Genís volvió a la realidad:
¿nada había sido verdad?
¿todo lo había imaginado?.
Aún confuso y extrañado,
a su «hermano» sus preguntas contestó
y el libro que le leía acabó…
Max los vino a buscar,
por si querían con él jugar;
a la calle los tres amigos bajaron,
y cuando por debajo el arco de la iglesia pasaron,
a Genís, inevitablemente,
su «sueño» le vino a la mente,
ahora la veía de diferente manera,
parecía que otra iglesia fuera;
hacia sus amigos se giró,
y emocionado les explicó
lo que había imaginado,
que los tres fueron al pasado.
Por curiosidad, las tres piedras en la pared buscó,
¡y cuál sería su sorpresa cuando las halló!
Los tres amigos se miraron,
y con algo de miedo las tocaron;
un extraño sentimiento notaron,
el calor de la pared sintieron
y una gran paz interior percibieron,
pero la pared no se movió,
ni su tiempo cambió…
Algo decepcionados,
o tal vez aliviados,
ir al lago decidieron,
un paseo entre los árboles dieron,
y de pronto, sus pasos detuvieron:
un enorme pino, que podría ser Lino,
parecía que los miraba
y a acercarse los invitaba;
los pequeños lo hicieron
y demasiado no se sorprendieron,
cuando éste una de sus ramas bajó
y a ras del suelo la posó;
creyeron que le vieron un ojo guiñar,
y no lo hicieron esperar:
en su rama subieron
y la inmensidad del bosque vieron;
enormes árboles sus ramas agitaban,
de esta manera los saludaban,
ardillas, ciervos, al saludo se sumaban.
Entonces, ¿había sido verdad?
¿viajaron en el tiempo en realidad?
De ser así, ¡Lo habían conseguido,
y su palabra Lino había cumplido!
¿Pero por qué lo recordaban?
El motivo era que en ellos confiaba:
haciéndoles recordar,
el pino se podía asegurar,
de que cuando mayores fueran,
y oportunidad tuvieran,
estudiando cuanto pudieran,
al medioambiente defenderían;
embajadores de la paz serían,
y con todo su empeño procurarían,
que el hombre sensato fuera,
y a la Madre Naturaleza respeto tuviera.
