Luna se enamoró de Sol esa noche. Lo vio de espaldas, volando ¿llegaba tarde? le habían hablado de él, de la luz que emanaba, del calorcito que proporcionaba en invierno y de lo pesado que podía ser en verano, pero nunca coincidían. Quedó prendada por sus cabellos dorados, ondulando en perfecta desarmonía bajo la brisa de esa noche. ¡Ya no lo olvidaría!. Le tomó el relevo, y soñó despierta: toda la noche lo imaginó, a su lado, como si fuera un fantasma de rubios cabellos que la miraba de manera tan dulce y romántica como ella lo miraba a él. Luna no dejaba de hablar de Sol a las estrellas, incluso a las fugaces, aunque solamente le hicieran caso una milésima de segundo, a las estrellas conocidas de cada noche, de cada año, a las constelaciones, a los planetas… todos la escuchaban, pero nadie podía ayudarla, pues su único consuelo, según lloriqueaba, era estar, aunque fuera un ratito, con Sol. Un día, las estrellas salieron temprano, aprovechando que era una noche despejada y hablaron con Sol, le dijeron que no se fuera esa noche tan pronto y esperase a Luna, para que ella pudiera mitigar su dolor. Sol, se sorprendió de semejante ruego, pero como buen rey, quiso hacer feliz a su compañera de cielo, y esa noche, se esperó un ratito para ver a Luna. Esta, cuando lo vio, se emocionó tanto, que corrió a abrazarlo, pero no se pudo acercar demasiado, pues sentía que caería derretida, literal y no solo metafóricamente, a los pies de Sol. Estuvieron hablando unos minutos, y el amor de Luna, esa noche, creció tanto como ella, que estaba en su etapa de cuarto creciente. Sol también quedó admirado por la belleza resplandeciente de Luna y por su conversación amena, explicandole cosas de la noche que él nunca vio. A la siguiente noche, Sol no necesitó que las estrellas le insistieran en que se quedase a hablar con Luna porque el astro rey, esperaba con vehemencia a que ésta apareciera. El rato que ambos coincidieron, fue si cabe más hermoso que el de la noche anterior: Luna ya se encontraba en su fase llena, y así se sentía, plena de amor por Sol, quien por su parte, empezaba a sentir un cosquilleo en todos sus rayos cuando estaba con Luna. Así, ambos enamorados estuvieron unas cuantas noches, disfrutando de sus escasos minutos juntos; sin embargo, una noche, de repente, Luna parecía no estar tan entusiasmada al ver a Sol y éste notó como si su amada se apagase un poquito. El amigo arco iris que se había dejado ver tras la tormenta y que era muy entendido en temas mágicos y románticos, achacó este estado de Luna a que ésta estaba en su cuarto menguante, pero nadie le hizo caso… La luz brillante de Luna se iba apagando, a pesar de estar junto a su amor, no sabía qué tenía, estaba como desganada, aburrida, incluso, me atrevería a decir, que… desenamorada. Una noche, tardó en llegar a su cita con Sol, hasta que este, sin poder esperarla más, tuvo que agachar tristemente sus rayos y retirarse a esperar que la noche del día siguiente no tardase, para volver a ver a Luna, aunque, la caprichosa musa, se pasó así unos cuantos días, retrasando su cita con Sol, quien cada vez estaba más apagado. Pero una noche, Luna vino temprano a su cita con Sol, se la veía radiante, resplandeciente, como si fuera una luna nueva y cuando Sol la vio, corrió a su encuentro, olvidó que había prometido no hacerle caso, que juró no volver a caer rendido ante sus encantos y que nunca más volvería a enamorarse…
