Quito, el presumido mosquito que no quería usar gafas

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Quito, el mosquito tigre más bonito,
es de todos los «mosquis» el más chulito;
tiene loquitas a todas las mosquitas:
su vuelo ondulante, un tanto insinuante,
y el zumbido de su trompa zimbreante,
lo convierten en el insecto más interesante.
Las cuidadas alitas, de un brillo transparente,
le confieren un aspecto siempre imponente.
Todos con él quieren ir a ligar
pues Quito es el mosquito más vistoso del lugar,
no tiene ni una arruga, ya que nunca se ha reído:
debe conservar su fama de creído.
En la Real Mosquis Universidad,
se metía con todos los de su hermandad:
con Lito porque estaba gordito,
con Lucho porque se quedó flacucho,
con Rafa, por llevar gafas…
todo le estaba perdonado y permitido,
por ser el mosquito más admirado y querido.
Pero un aciago y desdichado día,
Quito se dio cuenta de que bien no veía,
y fue a ver a Calista, su amiga la oculista,
quien ya tenía la solución lista:
unas buenas gafas se debía poner
si bien quería volver a ver.
Quito no lo podía creer:
¿Llevar gafas como Rafa?
Aunque siendo sincero
y teniendo envidia cero,
no le quedan nada mal las gafas
a Rafa, la estirada jirafa…
Pero aunque eso fuera verdad,
no dejaba de ser una barbaridad:
¡tapar su bello rostro era toda una crueldad!;
ya no lo llamarían Quito, el mosquito bonito,
sus ojos burlones ya no serían los más molones,
pues detrás de esos gruesos espejos,
¡nadie vería su brillante y precioso reflejo!.
Así es que tomó una mala decisión:
no se pondría gafas para mejorar su visión.
Los meses pasaban y su vista empeoraba,
no podía distinguir lo que tenía delante,
¡podía confundir a un rinoceronte con un elefante!.
Hasta que un día se asustó mucho,
y si no llegar a ser por Cucho,
que del peligro a tiempo lo avisó,
bajo un matamoscas casi acabó.
Aún temblando, a la consulta de Calista,
su buena amiga la oculista,
el mosquito Quito volvió
y unas adecuadas gafas escogió,
con las que su mala visión corrigió.
El presumido mosquito Quito a tiempo recapacitó,
y su terrible error enmendó,
se dio cuenta de que la vida era su don más preciado,
y que incluso con sus gafas de color anaranjado,
era un ser todavía más agraciado.

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