Cerca de un jardín lleno de increíbles flores de colores, como los jacintos azules, los iris amarillos, las julianas de pétalos lilas, o los jazmines, quienes abrían tímidos sus hojas por la noche, vivía Juan, un niño curioso que siempre iba a jugar al florido jardín. Un día, encontró un frasco brillante de jalea que estaba junto a una jirafa de juguete. Tenía la tapa del cierre llena de agujeritos. «¿Quién habrá dejado esto aquí?», se preguntó.
Mientras exploraba por los alrededores para intentar resolver el misterio, apareció su amiga Julia con una gran sonrisa. «¡Ven, Juan! Vamos a hacer un picnic en el jardín y compartiremos esa rica jalea.» Juntos, untaron la jalea en las galletas que Julia había traído y jugaron con la jirafa de juguete, a la que ensuciaron de jalea porque tenían las manos sucias y pringosas y ni Julia ni Juan, habían traído jabón.
Mientras Juan y Julia jugaban divertidos, apareció un gran oso gris entre los arbustos. «¡Ahí está mi bote de jalea!- dijo el oso- lo dejé aquí para que las abejas lo probasen, le añadí unas gotitas de jarabe de frutas y miel, además de jengibre confitado, para combatir el constipado.» El oso no se enfadó con los niños, sino que compartió la jalea de las abejas con ellos. Juan y Julia le dijeron que le había quedado deliciosa y que era una joya para el paladar. Solo quedaba por resolver el misterio de la jirafa de juguete, ninguno sabía de quién podría ser y decidieron que al día siguiente volverían al jardín al que desde hoy llamarían el Jardín de la Jalea, para averiguar juntos el caso de la abandonada jirafa pringosa.