El gallo Pelayo, el altivo modelo que está de moda (Cuento especial para Portugal)

¿Quieres que te cuente un cuento recuento?
Un renombrado modelo se queda sin trabajo por haberse hecho mayor.

PORTUGAL

El gallo Pelayo en Barcelos su casita tenía,
preciosos azulejos la decoraban,
que escenas de países reflejaban;
vivía en solitario en un corral apartado,
pues se sabía muy valorado
y por todos era admirado.
Con los demás no se relacionaba,
porque muy bien la vida se ganaba.
Él solamente con «los grandes se codeaba»,
de conocer a los más famosos futbolistas alardeaba;
Su torso en camisetas y calzado se exhibía,
cuanto más guapo él salía,
mejor el producto se vendía.
A sus congéneres la palabra no dirigía,
ya que ninguno era digno de su categoría.
Con nadie se emparentaba,
sólo con su manager hablaba.
Y cuanto más dinero ganaba,
más insoportable estaba.
Pero el tiempo no lo perdonaba
y en vano, cada año no pasaba.
Así, Pelayo se levantó un día
y al mirarse al espejo, un anciano parecía:
de arrugas estaban rodeados sus ojos,
ya no lucían brillantes y hermosos.
Su pico, siempre tan erguido y enderezado,
aparecía ahora tristemente curvado.
Pelayo estaba estupefacto,
quería morirse en el acto.
Llamaría a su estilista Echevarría,
pues él milagrosamente lo arreglaría.
«Esto no se puede solucionar,
te tienes que jubilar,
a un joven paso dejar»,
-le dijo su estilista,
tachándolo de su lista.
Pelayo de allí lo echó
y a su manager llamó,
pero éste cuando lo vio
boquiabierto se quedó:
“ya no te puedo representar
¿Qué imagen voy a dar?,
debes resignarte
y con dignidad retirarte»,
-tan tranquilo le dijo
tras beber agua de un botijo.
Pelayo lo echó a puntapiés:
¡todo le salía del revés!
Y en su corral apartado,
pasó semanas consternado,
luchando desesperado,
por retornar al pasado.
Pero eso imposible era,
pues el tiempo envejece a cualquiera.
Delante de la tele lloroso,
veía al nuevo famoso:
un cocodrilo encogido,
a su gusto mal elegido,
tristes fados escuchaba,
mientras pastel de Belén merendaba
para ver si así sus penas ahogaba.
Compadecidos por sus lamentos,
sus vecinos deshacían juramentos,
pues habían prometido,
sin haberlo conseguido,
abandonar a Pelayo a su suerte,
hasta la hora de su muerte.
Sin embargo, eso no fue lo que hicieron
y en su grupo lo admitieron,
porque puede que no fueran ricos y famosos,
ni que sus cuerpos lucieran perfectos y hermosos,
pero eran bondadosos y generosos.

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