¿Quieres que te cuente un cuento recuento?
Cuento basado en una historia real
Mike, el galápago más versátil del fondo marino,
ha escogido bien su camino y su destino;
ser buzo le viene de una gran vocación,
así como por una bonita y emblemática tradición:
Miguel su padre lo es y lo era su abuelo Juan, el jaquetón.
Los tres se han dedicado en todo momento
a la recuperación y salvamento,
de los buques a flote, cuando les toque,
igual que lo hacen en dique seco,
aprovechando si en el puerto hay un hueco;
en su empresa, hacen hidráulicas construcciones,
inspecciones y reparaciones,
pero también, por sus semejantes velan y se preocupan,
pues mucho de su tiempo, desinteresadamente ocupan,
rescatando de la muerte a seres indefensos o despistados,
que por no tener suficiente precaución y cuidado,
acaban presos de redes, enredados en plásticos o anzuelos,
que para poderlos atrapar, el hombre ha preparado;
otras veces, son simples desechos que en el mar han acabado
y la vida de más de un compañero han segado;
de la misma manera que le enseñó su abuelo,
ayudado por su boca, en forma de pico, el galápago los libera
y hasta un sitio seguro, a cualquier desvalido lidera.
Mike, no se cansa de cumplir con su trabajo,
aunque lo tenga que hacer a destajo
y a pesar de que en ocasiones el peligro lo acecha,
él nunca hacia atrás se echa,
como ocurrió cuando su dedo pequeño casi perdió
y el dolor y la angustia aguantó,
hasta que su tarea de rescate acabó …
El galápago tenía suficiente comida en el mar,
como se suele decir: “para dar y tomar”
por eso, no le gustaba demasiado a la superficie salir,
pues en el océano había cantidad de nutrientes
y fuentes de oxígeno suficientes,
como para perfectamente sobrevivir;
entre las praderas de posidonias
y los bellos fondos de gorgonias,
se podía alimentar a base de coral,
del que obtendría un calcio sin igual,
y ascos a las larguiruchas algas tampoco hacía,
que aliñadas con un poco de plancton, gustoso comía;
si en su camino una rama le estorbaba,
con su pico la apartaba o la cortaba,
pero a todas ellas respetaba;
su temperatura corporal iba regulando:
su cuerpo enfriaba a mayor profundidad bajando,
aunque, si era el calor el que lo agobiaba,
más deprisa nadaba y enseguida se enfriaba.
En la profundidad marina, Mike su vista agudizaba,
trocitos de metales a veces encontraba,
que celosamente como un tesoro guardaba,
pues todo lo que hallaba, le podía ser de utilidad,
eran cosas de diferente tamaño y original variedad;
algunas estaban oxidadas, otras, algo más nuevas,
pero todas se las llevaba con sumo interés a su cueva:
allí, una moto, casi de cero estaba montando,
gracias a los objetos que curioseando iba encontrando;
quizás en alguna carrera, un día los veríamos participando.
La afición por las motos, de su padre le venía,
con cariño recordaba cuando a su moto lo subía
y lo bien que se lo pasaba
si a carretear con él lo llevaba.
Su original moto Mike acabó,
y en el mundo del motor se adentró,
en innumerables carreras participó,
algunas de las cuales, con orgullo ganó;
experiencias excitantes vivía,
amigos especiales conocía,
una vida muy distinta llevaba que le apasionaba,
así como todo aquello que la rodeaba:
fue memorable su entrada a la meta aquel día,
en que, aún sin tener gasolina, compitiendo continuaría
y un kilómetro y medio arrastrando su moto recorrió,
hasta que a su paso, a la línea de meta llegó
y al cruzarla, casi exhausto se desplomó;
compañeros y curiosos su hazaña aplaudieron,
pues Mike hizo un sobreesfuerzo que jamás en nadie vieron.
Pero fue extraño lo que pasó:
el galápago este mundo dejó
porque, aunque de su moto enamorado estaba,
mucho tiempo compitiendo, fuera de su hábitat pasaba,
a los suyos terriblemente de menos echaba
y como, inevitablemente, el mar en la sangre llevaba,
le parecía como si desde las profundidades lo llamara,
con sus preciosos paraísos lo tentara
y hacia él, nuevamente lo arrastrara …
por eso, como el buen “lobo do mare” que era,
hizo en su caso lo que habría hecho cualquiera:
volver a sus queridos quehaceres en el mar,
aunque su otra pasión, jamás iba a abandonar
y decidió una vez al año a carreras especiales asistir
y así, al menos por un día, la emoción de correr sentir.
De momento, su moto a unos amigos vendió
y a su particular edén regresó;
en ese tiempo a su “media naranja” encontró,
ella, era como la sirenita que siempre buscaba,
aquella que con los amigos bromeaba
que nunca encontraba;
y tuvo dos preciosos hijos que fueron su gran victoria y honor:
Pepe, que crecía con locura, era el mayor
y el pequeño Mogly, que en realidad se llamaba Miguel,
era de su padre, un retrato fiel.
Pero el inquieto Mike, el gusanillo de competir no perdía
y de nuevo, fabricando otra moto, en su cueva se distraía,
la estaba convirtiendo en una pieza curiosa,
a quien veneraba diariamente como a una diosa;
muchas horas en tenerla a punto invertía;
porque el intrépido galápago sabía,
que una moto como aquella, jamás habría;
día a día piezas le ponía, la fabricaba
con todo aquello que en su camino encontraba;
así nació su Crazy carbón,
que no era para nada, una “del montón”,
una joya propia de un museo,
creada para su propio recreo.
Al trabajo, en su original moto Mike se dirigía
y otras veces, paseando, con ella se perdía y evadía,
mientras, muchos viéndolo pasar le envidiaban,
con tener un bombón igual soñaban,
incluso, para alguna revista de motos lo entrevistaban.
Pero su trabajo en el mar Mike tampoco abandonaba,
pues al galápago, mucho por hacer le quedaba;
inquieto y apasionado como él era,
sería capaz de hacer lo que fuera
por calmar sus inquietudes y vicisitudes
y no quería que se las resolviera cualquiera;
sus sueños él mismo tenía que probar y saborear,
ya que si al final los conseguía lograr,
eso, a nada se podría comparar.
Por eso, Mike un día al golfo de México viajó,
que el país pasase por un mal momento no le importó,
incluso, para ir como voluntario se ofreció;
una pandemia en el mundo había,
pero él, a nada ni a nadie temía,
cruzar el Atlántico, demasiada ilusión le hacía
y quizás, otra oportunidad para viajar no tendría.
México, de las extracciones petrolíferas era la capital
y el galápago pensó, que estar en ellas, no tendría igual;
en una plataforma de petróleo quería trabajar,
algo que nunca antes pudo lograr;
así es que una semanita allí estuvo
y una maravillosa experiencia tuvo,
que no sólo en su currículum anotaría,
sino que para grandeza personal le serviría,
pues lo que allí vio y aprendió,
nunca se le olvidó.
Su vida en el mar, con la terrestre combinaba,
de estar en activo nunca paraba
y otro nuevo proyecto ya preparaba
que lo fascinaba y entusiasmaba:
haciendo otra moto especial estaba,
a la que cariñosamente, “malas pulgas” llamaba;
por cómo era su diseño, le recordaba,
a una que en otros tiempos había,
que poco frenaba y mucho corría
y acertadamente, como a una ”matadora” la apodaron,
porque numerosas esposas viudas se quedaron,
así como hubo mamás, que a sus hijos lloraron.
El galápago, orgulloso de ella también estaba,
así como de los amigos que a fabricarla lo ayudaban,
ya que, cada una de sus originales creaciones,
con sus inéditas y útiles innovaciones,
un pedacito de todos ellos llevaban …
Mike, al cole de Miguel y Pepe a veces se acercaba,
invitado por los profesores del centro estaba,
una charla a los estudiantes daba,
no rendirse nunca les bien aconsejaba;
dejar de luchar por un sueño, ni siquiera se había planteado
y la vida, con creces, se lo había recompensado;
él era un perfecto ejemplo a seguir,
ya que todo lo que quiso, pudo conseguir;
Mike era capaz de trasladar a los peques a muchos milenios,
sumergiéndoles en fantasías, aventuras y extraños misterios;
les explicaba maravillas sobre la vida en el mar
y los tesoros que en él podían encontrar,
por si alguna vez lo olvidaban o por si se les ocurría dudar,
de que hubiera en la tierra otro paraíso similar;
y sobre todo, les recordaba y advertía,
del peligro y gravedad que había,
si cuidado no tenían cuando comían o bebían
y los desechos que les sobraban,
en el sitio adecuado no tiraban,
porque sin darse cuenta podrían propiciar,
que algún ser vivo en ellos se pudiera enredar
y sin quererlo, su asfixia y muerte provocar.
Los pequeños con admiración lo miraban,
con ser como él soñaban:
un auténtico lobo do mare de los pies a la cabeza,
como lo requería y mandaba, la madre naturaleza.
Este título, Mike orgulloso siempre ostentaría,
y la tradición familiar, con amor y devoción continuaría,
así como el precioso y preciado legado,
que su abuelo, Juan, le había dejado,
él, que a tantos seres vivos había ayudado,
que en cuerpo y alma, a su pasión se entregó
y quien junto a su padre, a no rendirse le enseñó,
sería para la eternidad y la posteridad,
el lobo de mar originario y legendario,
llorado por todos y añorado a diario,
el emblemático jaquetón, toda una institución.
Por si queréis ver las motos de Mike, aquí tenéis las Crazy Carbón & Malas Pulgas en este video de Youtube del canal 2T Racing.