Ojalá la nueva chica la respete un poco más
y no sea como todas las demás.
Ojalá la escuche cuando quiere hablar
y no la interrumpa para ella su frase acabar,
aquella que tarda demasiado en articular.
Ojalá la dejé sus compras pagar,
para así poderse autoengañar,
de que aún es capaz de sumar y restar.
Ojalá la trate con cariño,
y entienda que como a un niño,
se le puede el pipí escapar,
y es algo que quisiera, pero que no puede evitar.
Ojalá que no la siente en su silla de mala manera,
aprovechando lo vulnerable que su cuerpo ahora era.
Ojalá vean juntas la televisión,
que comenten algún serial con pasión,
y no pase la tarde en un banco sentada,
cómo un pajarillo en un rincón acurrucada,
sintiéndose tremendamente sola y aburrida,
mientras ella juega con el móvil distraída.
Ojalá no haga gestos de complicidad
a la mayoría de la vecindad,
para indicarles que le sigan la corriente,
pues ya no rige bien su mente.
Ojalá la bese o abrace alguna vez,
y vuelva a sentir cariño, amor incluso, tal vez,
y dejar de sentir que es un acuerdo económico,
aunque esto pretender creer,
no deje de ser algo cómico.
Ojalá se parezca a la primera,
la que no la trataba de cualquier manera,
pero que a cuidarla tuvo que renunciar,
para por su propia madre velar.
Ojalá fueran su hijo, o su joven nieto,
siempre tan guapo y coqueto,
quiénes de ella se preocupasen,
o algún día la visitasen,
y estuvieran pendientes de su bienestar,
como ella, aún a pesar de su vejez y malestar,
procuraba por ellos vivir y estar.