Esta mañana su casa está muy vacía,
o puede que igual que cualquier otro día,
aunque hoy, la sensación de vacío y tristeza,
es más persistente y en paz no la deja…
Un piso muy grande nunca tuvieron
pero en él muy felices fueron.
Había salido airosa, fresca como una rosa,
celebrando y a veces a la fuerza aguantando, improvisadas fiestas o cumpleaños,
menos concurridos al pasar de los años;
cocinando montones y montones
de sus exquisitos canelones,
preparando las mejores tortillas
y deliciosos platos en la parrilla,
los postres más variados y originales,
con los que sorprender a sus comensales;
del café su marido se encargaba,
aseguraban que muy bueno lo preparaba.
Había vivido con mayor o menor intensidad,
los problemas de sus hijos en cada edad,
sus acaloradas y tontas discusiones,
en contadas o múltiples ocasiones,
que tan solo diez minutos duraban,
pues después se abrazaban y perdonaban;
tener que madrugar para sus cosas preparar,
escuchar de rebote (aunque no toque)
sus importantes historias de amor y desamor,
los nervios de sus exámenes compartir,
o tener que con ellos decidir y discutir,
la elegante ropa que se pondrían,
cuando los abuelos del pueblo venían…
Todo ello perfectamente en su memoria retenía,
a pesar de confundir el día en que vivía;
la verdad es que nada en su cuerpo le dolía,
pero sabía que algo le sucedía,
pues últimamente, no tenía muy fresca su mente,
un poco despistada estaba,
y enseguida por nada se agobiaba.
Le habían diagnosticado una demencia senil,
aún algo ligera y de momento sutil,
por eso ella, a pesar del shock recibido,
quiso experimentar aquello que no había vivido,
y antes de que demasiado tarde fuera
y a los suyos confundiera por cualquiera,
una serie de cosas por hacer se preparó,
aquellas con las que siempre soñó,
pero que por «H o por B», nunca realizó.
El camino de Santiago con su hermana haría,
no imaginaba mejor y más valiosa compañía…
Resultó duro, cansado y pesado
¡Menuda paliza se habían dado!
curando sus horribles ampollas reían y lloraban,
mientras dichosas se abrazaban.
Su cuñado le ha dejado su coche conducir,
rezando para del experimento sobrevivir;
para su satisfacción le ha dado el aprobado,
tras salir como una experta del descampado…
Ha cerrado los ojos cansada, no distinguía nada,
tan solo esa preciosa luz que la cegaba
y que parecía incluso que la llamaba.
Ha vuelto a abrirlos y ha sonreído a su marido,
al que de repente ha reconocido,
le acaricia la arrugada mejilla,
por la cual resbala una lagrimilla,
y le dice que aunque se despide de la vida,
se va tranquila y muy complacida,
porque ha sido feliz a su lado
y como a nadie lo ha amado.